Aldo Conde A. http://smirmidones.blogspot.mx Viernes 10 de octubre de 2012
Mi entrada a Luz y Fuerza del Centro no fue tan codiciada por mí, más que otra cosa era tener y conservar una estabilidad, pues pensar en una vejez bajo la iniciativa privada es de gran precariedad en muchos sentidos.
Antes de ingresar, laboré en otros lugares que si bien tenían ciertas ventajas, siempre se regían por el estado anímico del patrón. Fui auxiliar de panadero (a los 7 años), ayudante de plomero, trabajé en empresas de limpieza, auxiliar administrativo en recursos humanos, encuestador casa por casa y luego supervisor, di mantenimiento preventivo a equipo de cómputo, luego capturista, asistente de cobranza y posteriormente a otra empresa de renombre como gestor de cobranza; ahí el horario era extenso sin regulación alguna y pago por comisiones; a veces te iba muy bien y luego muy mal. Ya antes había tenido la oportunidad de entrar a Luz y Fuerza y no la acepté. Después con el transcurrir del tiempo no dudé en ingresar (aunque en ese entonces me iba bastante mejor en otro lugar).
El ambiente siempre fue fraterno con mis camaradas ya como integrante del Sindicato Mexicano de Electricistas y aunque no tuve gran participación sindical, nunca me perdía las movilizaciones. Solidarizarse con otros movimientos es muy gratificante.
Ya dentro de la empresa terminé la preparatoria (aunque ya era técnico en informática), eran jornadas difíciles; trabajo, escuela y casa. En horarios de comida también estudiaba. El premio fue mi certificado y ya encarrerado me inscribí a la universidad, de hecho adelanté un semestre de colegiatura. También tenía planes de encontrar otro trabajo y así alternar todo. Buscaba un cargo mejor en la empresa y para ello; necesitaba preparación.
Llegó el sábado 10 de octubre, ese día yo me quedé más tarde en mi centro de trabajo pues estaba lavando mi auto (que ya hace tiempo no muevo por el costo de la compostura), ya después me dirigí a mi domicilio a hacer unas reparaciones. Ya por la noche salí a dar una vuelta y en el camino las llamadas eran interminables, todas mencionando que prendiera la televisión. Instintivamente me dirigí a mi centro de trabajo y cuestioné a los policías de guardia si sabían algo. Les previne que irían policías federales. Me respondieron que ya sabían y que estaban guardando sus cosas. Yo no sabía qué hacer. Luego vi las noticias de la toma de las instalaciones en Marina Nacional, aun tranquilo no sabía cómo reaccionar.
En ese momento me preocupó mi padre, es activo en resistencia, pero de edad avanzada y en espera de su jubilación, él llevaba la cuenta en una libreta de los días que faltaban para jubilarse. El lunes siguiente empezarían sus trámites. Pero aún sigue en activo.
Me dirigí al Sindicato entonces, éramos muchísimos y se podían ver rostros desconcertados, tristes, preocupados. En algunos había coraje y en otros llanto. Recuerdo el comentario de uno de ellos: “¿y ahora qué sigue? ¿Cómo le voy a dar de comer a mis hijos?”. En la lejanía pude observar a una compañera embarazada abrazando a su esposo. El aire era pesado, muy pesado. La mayoría nos veíamos sin saber qué decir, sin saber qué hacer. Las miradas se dirigían a una de nuestras sedes.
En ese instante comencé a hacer cuentas con respecto a las pertenencias que podía vender. Entonces un compañero me saludó y con lágrimas en su cara me abrazó y me dijo: “Ni un paso atrás”, y yo le contesté: “si nos quieren vencer, antes van a llorar sangre, tendrán que arrodillarse y aceptar su derrota; ni un paso atrás hermano”.
Es indecible como una persona que busca intereses personales económicos para él y sus allegados puede truncar sueños, planes, esperanzas… vidas. Desintegró familias y quebró futuros. A su paso muchos perdieron no solo estabilidad laboral, sino social y emocional, e incluso la vida.
Ya pasaron más de tres años desde el inicio de la campaña de odio por parte de las televisoras para con los electricistas, más de tres años de linchamientos y mentiras, lo hemos superado y hemos aprendido a vivir con eso y darles el sitio que merecen.
Y aunque he dejado de ver a muchos camaradas y luego volverlos a mirar con alegría, también han habido suicidios, fallecimientos y carnales presos (aún), también he mirado que nacen hijos de SMEitas, hermanos que han vencido enfermedades terminales o huelguistas de hambre en recuperación (otros no del todo). Todos mis compas resistentes y jubilados me dan el aliento que se requiere para continuar (incluido mi padre, mi familia y novia). El hecho es que a tres años del asalto militar a “la chispa” (Luz y Fuerza), hoy tenemos hambre en el estómago, nuestras ropas y calzado desgastados, pero con la frente en alto y la mirada puesta en el horizonte pues sabemos que hemos de ganar y que no ha nacido aún quien nos pueda vencer. Tres años y no nos han derrotado ni nos derrotarán, por el sencillo hecho de que somos SMEitas.
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