El conflicto entre Buenos Aires y la empresa tiene historia. Ya en 2005 el entonces presidente Néstor Kirchner llamó a los consumidores de su país a emprender un boicot contra la empresa de capital mayoritario británico-holandés debido a un aumento arbitrario de precios decidido por la firma. A principios de este año el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner acusó a la Shell de haber promovido la devaluación de la moneda argentina –que sufrió una depreciación de 12 por ciento– mediante la compra masiva de dólares a mayor precio del que en ese momento tenían en el mercado.
Fuera de Argentina, la trasnacional tiene un historial manchado por la especulación fraudulenta con sus reservas; la responsabilidad en desastres ambientales, como el ocurrido en el delta del río Níger, en Nigeria, y el que tuvo lugar en Magdalena, Argentina, en 1999; el mal manejo de la seguridad industrial y laboral; su participación en violaciones a los derechos humanos (Nigeria), señalada por Amnistía Internacional y otros organismos, y las sospechas de corrupción política (Estados Unidos).
Con independencia de las prácticas indebidas o delictivas de esa trasnacional, es claro que su decisión de incrementar los precios de sus productos en Argentina se inscribe en una campaña de los capitales internacionales para desestabilizar al gobierno de ese país, campaña que el pasado fin de semana incluyó un editorial de The Wall Street Journal (WSJ), en el que se alerta sobre la supuesta inminencia de una nueva "megadevaluación inevitable" en la nación austral, lo que constituye un claro intento de sembrar alarma entre los inverisonistas y los circuitos financieros internacionales, a fin de multiplicar los problemas que atraviesa la economía argentina.
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